Cuando hablamos de una metodología que le permite a los niños jugar de manera libre en entornos naturales, sin bordes redondeados, con árboles, ramas y mucho espacio, muchas personas se preocupan de inmediato por la seguridad física de los niños. ¿Existe realmente un mayor riesgo cuando los niños se crian en este tipo de entornos?
Un estudio realizado por la universidad de Washington en 2017 comparó la accidentalidad y enfermedades entre cinco jardines basados en naturaleza y cuatro convencionales. No se observó ninguna diferencia significativa, concluyendo que el entorno natural ofrece un lugar seguro para criar y educar niños sanos.
Si observamos la historia de la humanidad, los humanos llevamos educando a nuestros niños en entornos cerrados durante muy poco tiempo. Como especie, hemos evolucionado para relacionarnos y conectarnos con la naturaleza, para que sea nuestro centro de juego y aprendizaje durante todas las etapas de nuestras vidas. Ningún animal en ninguna etapa quiere terminar con su vida, el instinto de preservación es fuerte en nosotros y lo es aún más cuando nos permitimos asumir riesgos a nuestro propio ritmo y guiados por nuestra propia curiosidad.
«En la medida en que los niños experimentan más actividades y terrenos de riesgo, aprenden a determinar por sí mismos si algo se siente o no seguro, más que a buscar de manera externa a adultos que determinen esto por ellos»
Forest School Canada, 2014
Cuando protegemos a los niños de cada posible accidente y sostenemos sus manos para cada escalón, les estamos dando dos mensajes claros: primero, que no pueden cuidarse a sí mismos, que necesitan siempre de alguien para solucionar cada dificultad; segundo, que no importa de dónde se arrojen o donde pisen, siempre hay una mano que los sostiene y les evita la consecuencia natural de sus actos.
Bajo estas dos creencias, tendremos niños que pueden ser excesivamente temerosos o inseguros; o excesivamente osados. La falta de oportunidades de asesorar su propio riesgo, de tomar sus propias decisiones respecto a su movimiento y su cuerpo va en detrimento de un desarrollo sano y de su propia seguridad. Cuando el adulto se distrae o simplemente no puede estar presente, el niño no sabrá cómo asumir el más pequeño riesgo, y es más propenso a tener un accidente.
¿Cómo acompañamos a los niños a asumir riesgos de manera segura en los jardines basados en naturaleza?
- Brindamos ayuda sólo cuando el niño la solicita. Como decía María Montessori, cualquier ayuda no solicitada que ofrecemos va en detrimento del proceso de aprendizaje. Les permitimos descubrir sus propias maneras de hacer las cosas, aún cuando les toma más tiempo.
- Evitamos las constantes advertencias vacías de contenido como «¡cuidado!», que sobresaltan pero no dan ninguna información clara. En caso de que sea necesario, preferimos decir algo como «cuál es tu plan para bajar de ahí», «veo que esa rama se está moviendo y es un poco delgada», «al lado de tu pie hay un escalón que puede sacarte de ese aprieto», «acá estoy si me necesitas».
- No prohibimos asumir riesgos, lo podemos conversar y entender posibles consecuencias, pero al prohibir estos comportamientos sólo motivamos a hacerlos a nuestras espaldas cuando es más inseguro.
Para conocer los beneficios del juego riesgoso, lee el artículo referente haciendo click aquí.


Replica a Carolina Cancelar la respuesta