El lenguaje que usamos con los niños

La manera en que dirigimos la palabra a los niños tiene un gran impacto en su desarrollo, en su percepción de sí mismos, en su manera de aproximarse y conocer el mundo y en nuestra relación con ellos. Creer en su palabra, evitar comandos, premios y castigos son algunas de las maneras en que podemos construir una tecnología del lenguaje asertiva y coherente.

Lenguaje de incredulidad

  • Niño: «quiero ir allá»
  • Adulto: «no, realmente no quieres ir allá»
  • Niño llorando
  • Adulto: «no hay nada por qué llorar»
  • Niño: «quiero comer helado»
  • Adulto: «ahora no quieres comer helado»

El lenguaje incrédulo hacia al niño, si lo pensamos bien, es un lenguaje irrespetuoso. Estamos invalidando lo que el niño quiere, cree y siente. Creemos que debemos moldear sus emociones y su percepción del mundo, decidiendo así lo que el niño piensa o siente.

Esto lleva a una falta de entendimiento y conexión entre sus propias emociones y necesidades. Creamos duda en su propia percepción. Si realmente entendemos que nuestras necesidades y deseos son igualmente importantes a los de los niños, podemos cambiar nuestro lenguaje. Hablar desde nosotros mismos y validar lo que ellos están expresando.

  • Niño: «quiero ir allá»
  • Adulto: «si, veo que quieres explorar eso, sin embargo en este momento no puedo acompañarte. ¿Puedes esperar a que termine?»
  • Niño llorando
  • Adulto: «veo que estás triste, ¿necesitas un abrazo?»
  • Niño: «quiero comer helado»
  • Adulto: «sería delicioso comer helado, pero en este momento no podemos»

Indicaciones y comandos

El 80% de las veces que nos comunicamos con un niño es para darle una indicación o un comando. Decimos cosas como: ven acá, ponte el saco, come el arroz, trae los zapatos, baja de ahí… Si a cualquier adulto nos trataran de esta manera, en el mejor de los casos buscaríamos evitar a quien lo hace.

Al ser adultos, tenemos una autoridad y una jerarquía intrínseca con los niños. Sin embargo, esto no implica ni una obediencia absoluta, ni una necesidad de que la impongamos constantemente.

Cuando damos un comando, el niño tiene dos opciones: obedecer o no obedecer. Es difícil pensar en opciones alternas cuando se recibe una indicación directa.

¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿dejarles hacer siempre lo que quieren?

Declaraciones de hecho

Existe una manera de comunicarnos que permite a los niños pensar más allá de las simples nos opciones obedecer/no obedecer y que nos permite otro nivel comunicativo hacia ellos. Además, incrementa enormemente las probabilidades de cooperación.

Las declaraciones de hecho son frases que cuentan algo que está ocurriendo o por ocurrir. Pueden ser hechos sobre algo observable, algo que queremos anticipar, lo que estamos sintiendo, o algún límite que necesitemos poner.

Existen diferentes maneras de usarlas. Podemos por ejemplo cambiar comandos por hechos observables:

  • En vez de «¡camina despacio que te vas a caer!» podemos probar «la acera está mojada y resbalosa». Estamos permitiendo que el niño tome la decisión de tener precaución, o de probar por sí mismo, o de seguir corriendo y probablemente caerse. Pero tiene la opción de experimentar, de tomar sus propias decisiones con la información que le has dado.
  • En vez de «vamos a hacer turnos» podemos probar «veo que no hay espacio para todos en el rodadero». De nuevo, les permite probar diferentes posibilidades, pensar en la información recibida y actuar acordemente.
  • En vez de «siéntate a comer» podemos probar «la comida está servida y caliente, pronto se enfriará». En este caso, estamos dando información adicional sobre una posible consecuencia de no comerla a tiempo, dejando abiertas de todas maneras posibilidades como comerlo frío, venir de inmediato, no venir, esperar un poco…

Dado que existen diferentes posibilidades en la respuesta del niño, esto implica para el adulto tener que hacerse a un lado y lo pone en un papel de observador. Nos abre a conocer al niño de una manera diferente, haciendo énfasis en sus procesos de pensamiento, en sus gustos y en sus necesidades concretas.

También podemos dar a conocer nuestras propias opiniones del mundo o de lo que esté ocurriendo en un momento específico:

  • En vez de «apúrate que se hace tarde» puedes probar «no quiero llegar tarde, para mí es importante estar a tiempo».
  • En vez de «para de gritar» puedes probar «esos ruidos tan altos le hacen daño a mis oídos»
  • En vez de «deja de pegarme» puedes probar «no me gusta que me pegues»

Ah hablar desde nosotros mismos, es muy importante que lo que decimos sea verdad. Que expresemos lo que realmente nos afecta sin meter juicios de valor innecesarios.

En ocasiones, debemos poner algún límite a una conducta o situación que no es negociable. En este caso, podemos aludir a nuestra propia responsabilidad como adultos cuidadores:

  • En vez de «deja de hacer eso» puedes decir «no puedo permitir que hagas eso»
  • En vez de «ven, nos vamos ya» puedes probar «este lugar no es seguro y no puedo dejar que te quedes ahí»
  • En vez de «no le pegues» puedes probar «no puedo permitir que le hagas daño a la gente»

Al convertir nuestro lenguaje de comandos en declaraciones de hecho, estamos dando lugar al pensamiento y a la toma decisiones a la vez que incrementamos las posibilidades de colaboración. Esto no quiere decir que los niños de inmediato decidirán hacer lo que queremos, en muchas ocasiones podrán salir con sus propias conclusiones creativas que pueden ser más o menos difíciles de manejar. Pero nos permitirá buscar una manera de relacionarnos que vaya más allá de la simple imposición de nuestra propia voluntad de manera constante.

Lo más importante es que sean declaraciones de HECHO, es decir, deben ser verdaderas. No podemos caer en un juego manipulador de decir cosas que no son, cosas que no sentimos o que simplemente no son ciertas para buscar su colaboración. Esto no sólo es irrespetuoso con el niño, sino que ellos pueden leernos y saber que les mentimos, lo cual llevará a que perdamos credibilidad y respeto.

Los momentos de conflicto

Una de las situaciones que más nos lleva a la intervención y posible imposición son los conflictos entre los niños. El conflicto es una parte vital del juego. Les permite establecer límites, reglas, conocerse y en general desarrollar habilidades de negociación, de comunicación y de empatía. Es un lugar de aprendizaje en el cual los niños adoptarán diferentes roles en diferentes momentos. A través del conflicto tomarán ciertos riesgos y se pondrán a sí mismos en posiciones de agresores o de víctimas, de negociadores o de intransigentes.

Dado todo el aprendizaje que ocurre al rededor del conflicto, el 90% de las veces es preferible no intervenir. Podemos hacerlo sobretodo si es repetitivo o violento.

Cuando decidimos intervenir, el ideal es permitir que ellos continúen buscando sus soluciones. Podemos dar declaraciones de hecho como «veo que ambos quieren esto». Lo importante es mantener el diálogo vivo, aún si es repetitivo y sentimos que no están llegando a nada.

Podemos también validar emociones que tal vez no puedan expresar como «el cuerpo de Ana me dice que está triste». De esta manera traemos eso que tal vez aún no pueden expresar sobre la mesa, lo hacemos evidente.

La narración de los hechos

En muchas ocasione podemos querer que haya colaboración o enfoque en una tarea específica. Aludimos casi de inmediato a «mira esto», «ven acá», «escucha», «recoge eso»…. Son casos como recoger el desorden o hacerlos partícipes de una actividad de observación. En este caso, la narrativa es un recurso importante.

Como humanos, queremos hacer parte de la historia de nuestra comunidad. Queremos sentirnos incluidos en la narrativa de lo que ocurre a nuestro alrededor. Buscamos ser vistos por las personas cercanas.

Siendo así, una narrativa para recoger los el desorden puede sonar algo así: «Es hora de recoger. Yo voy a empezar guardando este lego. Sofía tiene una ficha azul en la mano y la está llevando a su caja. Leticia encontró una ficha amarilla y otra verde y las está guardando también. Martín está recogiendo los bloques y lleva más de 6 entre las dos manos…»

En la mayoría de los casos, más del 75% de los niños empiezan a hacer parte de la narrativa y a recoger. Nos centramos en esta gran mayoría, ignorando a quienes aún no terminan, descansan y miran o están entretenidos en alguna otra cosa. Cuando fijamos nuestra atención en la colaboración, dejamos de lado nuestro propio estrés al respecto, validamos a quienes hacen parte de esta labor, somos más eficientes en las labores que queremos desempeñar y cada vez más niños querrán unirse. Además, una vez más estamos contribuyendo a que los niños tengan sus propios procesos de pensamiento y toma de decisiones, ya que están colaborando como mejor creen, de manera creativa y colaborativa.

Los elogios

Sobre este tema existen libros enteros. Es algo que como cultura hemos incorporado fuertemente en nuestro lenguaje con los niños. Sin embargo, los constantes elogios, y aún más si van acompañados por premios, afectan enormemente la motivación y la autoestima.

Cuando premiamos diciendo cosas como «muy bien», «espectacular», «estoy orgullosa de ti», estamos condicionando a los niños a que hagan las cosas para conseguir este elogio. Su motivador se vuelve la aprobación de una persona externa. Rápidamente, se esforzarán en la medida en que cuenten con el motivador externo, y lo harán proporcionalmente a la efusividad del elogio o a lo grande del premio. En ese sentido, se motivarán por aquello que sea del gusto del externo, y no por lo que realmente les interesa o por lo que son talentosos.

La motivación que llevamos desde el nacimiento por aprender y mejorar nuestras habilidades, que es natural a todos los seres humanos, se llama motivación intrínseca. Para mantener esta motivación, podemos usar frases como:

  • Veo que te has esforzado mucho para lograr eso
  • Trabajaste muy fuerte por eso
  • Lo lograste luego de varios intentos
  • Veo que llegaste muy alto escalando el árbol

Se trata de ir a lo específico, valorar el proceso y el esfuerzo. De esta manera, validamos la necesidad de ser vistos, de ser tenidos en cuenta y de tomar sus propias decisiones. Damos relevancia al proceso más que al resultado.

Respetar el «no»

Una de las habilidades más importantes con la que muchos adultos batallan es la capacidad para poner límites. La única manera de aprender a poner límites, es teniendo un adulto que los respete y que nos permita practicar. Además, poner límites a adultos puede ser especialmente importante si el niño en algún momento se ve enfrentado a un caso de violencia por un tercero.

Respetar el «no» del niño es la manera más clara en que le enseñamos a poner estos límites. Es una de las cosas que más se nos dificulta como adultos por varias razones: tenemos la creencia que el niño educado es el niño obediente, creemos que el «no» es irrespetuoso y nos tomamos de manera personal ese alto, como si nos dijeran «no te quiero» cuando realmente nos dicen «no quiero esto que me estás haciendo o pidiendo».

La primera manera en que podemos ayudarnos a nosotros mismos a respetar ese límite es evitando preguntas para las cuales no podemos aceptar un no. Por ejemplo, «¿quieres lavarte los dientes?»; no podemos aceptar un «no» como respuesta, por lo que se vuelve un comando disfrazado, lo que confunde al niño y nos implica tener que imponernos ante un «no» que hemos creado con la pregunta misma.

En este caso, podemos cambiar nuestro lenguaje ya sea por una pregunta que provea otras opciones como: «¿prefieres lavarte los dientes en la cama o en la silla?». También podemos usar una declaración de hecho como «para acostarnos debemos primero lavar los dientes».

Respetar el «no» de los niños desde su primera infancia en la medida de lo posible le enseñará respeto, a poner límites, a recibir respeto y a conocerse a sí mismos. Además, fortalecerá una relación de confianza con nosotros.

El uso del lenguaje de hechos

Al utilizar declaraciones de hecho evitamos dar juicios, sobre-utilizar comandos y validar a los niños. Este tipo de lenguaje permite incentivar mayores procesos de pensamiento, toma de decisiones, creatividad, crea una mejor relación con el adulto, incentiva la colaboración, permite mantener una motivación intrínseca y permite al niño adquirir habilidades para sus relaciones futuras tanto con el mundo como consigo mismo.

Cambiar nuestro lenguaje implica un trabajo significativo de consciencia por parte de los adultos. Requiere trabajar sobre nuestros propios procesos personales para entender de dónde vienen nuestras muletillas del lenguaje, nuestras creencias y nuestros miedos. Pero si estamos dispuestos a hacerlo, los resultados a corto, mediano y largo plazo son inmensos.

Deja un comentario